Con los dedos helados, los labios partidos, los cabellos tinturados y la piel enferma; me siento, como si me empujara el viento, como obligándome a ser vocera de su desdicha.
Después de un chocolate caliente mal endulzado, creo ser la candidata perfecta para demoler los martirios apagados en una vela coral.
Escribo porque así lo desean los condenados, no soy yo quien escribe, yo solo soy un insignificante aparato escritor y siento pena, pues el mentor de estas palabras murió de cáncer a la memoria. Justamente por eso, no soy yo quien escribe éstas líneas, porque si fuera yo, estaría muerta... por recordar.
Con calma avanzo, pero resulta tan tremendamente absurdo confiar en la calma, ¿No es ella la que constantemente se alimenta de nuestra ira?, entonces, ¿Cómo confiar en algo que consume la única vía de desgarro propio?. No sé, pero siempre vuelvo a ella, tan conveniente es para mí, como para el ladrón en una calle sin faros.
Y a la finales, sigo balanceándome en el cobijo de sus engaños.
Me he resignado a obedecer a los condenados, de esos de los que hablé al inicio de este espiral de letras. Ellos, de los que soy esclava y a los que sin cansancio sirvo con diez mil latigazos encima.
Me he resignado a obedecer a los condenados, de esos de los que hablé al inicio de este espiral de letras. Ellos, de los que soy esclava y a los que sin cansancio sirvo con diez mil latigazos encima.
No hay comentarios:
Publicar un comentario