viernes, 17 de diciembre de 2010

No pertenezco a este cuerpo enfermo...

Este es uno de esos escritos en los que no escribo yo, sino alguna parte de mí que grita por medio de mis poros disecados en sudor frío. Ahora no me siento cobarde, aunque la mayor parte del tiempo ocurra así, pero si escribo, mi valentía se destila implacable en las letras que se imprimen, aunque ellas (las letras), son ingenuas al no saberse como objetos de mi estrecha pena, su destino es incierto y mueren con el fulminante punto final. No muero de esa manera, pero muero de alguna forma todos los días. Mis pies no dejan de mandarme solicitudes firmadas por los talones para que brinque y corra sin cesar, deben odiarme por ser parte de un cuerpo tan sedentario y melancólico, y no los culpo.

He definido a esta mujer de grandes caderas, desorbitados ojos y de vestido rojo ajustado, como la dama de paso de una habitación con el piso a medio acabar, en donde la espera insaciable el sujeto enorme de grandes muslos y gesto grotesco para derramarse en ella en constantes blancuras hasta quitar el color dorado de la piel de esta mujer. Pero ¿Quién es esta mujer?, debí saber que no se reconocería, es un error que cometo constantemente (el suponer que mis cabeza y todo su aparato mental, es una obviedad absoluta que todos saben, -o deben saber-), bien, esa mujer es lo que entiendo yo por Felicidad. Perversa. Sutil. Fulminante. Efímera. Atractiva. Dolorosa. Dolorosa. Dolorosa. Dolorosa... Dolorosa.

Mi lengua se ha divorciado de mi boca, simplemente decidió, hace unas horas, dejar de degustar. Es como si mi cuerpo fuera independiente de mi cabeza y mi sentir. 
Hoy es mi lengua, mañana será mi oído, luego será mi voz, después serán un par de elementos igual de innecesarios. Ahora no sé a quien pertenezco, sólo sé que pertenezco, y eso es un tanto más aliviante, no para mí, sino para ese otro cuerpo, el que no duele, el que no siente, el que es desobediente a esos circulitos de colores que navegan por las paredes de mi esófago revolcándose en un mar de agua ficticia para "suavizar" la enfermedad "de mi cuerpo". Todo esto puede sonar un poco confuso, pero lo que trato de decir, es que no pertenezco a ese cuerpo enfermo, porque si fuera mío, no me haría tanta huelga, y esto puede tomarse como una tremenda "fantasmagorización" de las responsabilidades propias, pero espero que se vea desde otra óptica, desde esa que es un poco más onírica, sin sentido, y sin cuerda de retorno. Sin embargo, el otro cuerpo me pone la piel de gallina (pobre gallina), me deslumbra sin saber que me está deslumbrando, me deja sin palabras porque se las roba todas para empezar a formular una serie de ideas y pensamientos que me angustian, pero que ciertamente, aportan en mi día; me mata y me vuelve a matar, una y otra vez. Así vivo sólo 5 minutos y vuelvo a perderme en ese mundo purgante.

Todo esto salió de un par de fotos que mi madre me enseñó el 15 de diciembre, hace poco. La imagen era de una mujer muy joven, sonriente, bañando a una bebé de notables cejas negras y de cachetes enormes. Una amaba con saberes, la otra amaba sin saberlo. A veces siento que es mejor amar sin saber que se ama, para olvidarse de los roles a los que se debe LIMITAR el amor.
Cuando mi madre me bañaba, seguramente no tenía ni la menor idea de lo que estaba ocurriendo, pero ayer pasó algo, me detuve a ver esa foto y me pregunté: ¿Esa criatura estaba destinada a pensar como ahora pienso?, ¿A vivir lo que ha vivido?. ¿A reconocerSE?. No sé, eso del destino y "tu vida ya está escrita en lo alto" es para mí una de esas confusiones que nunca entenderé.